La tarde de cumpleaños
Profundidad: 2,5 metros.
Se fue todo a negro en 87 segundos exactos. Brutal. Blackout en tu conciencia. No como un sueño en degradé, más bien, un mazazo directo en tu nuca que ni siquiera alcanzó a doler. La memoria desintegró todos tus recuerdos. Por fin se desvaneció la imagen del mayor de los mellizos cuando recién balbucea unas palabras y te invita a jugar a la terraza con su carita traviesa. Por fin se apaga el grito angustiante que atormenta tus sueños, Francisca. Desde aquel episodio, no eres la misma. Nada vuelve a ser lo mismo.
Antes del apagón cerebral, tu conciencia sigue insistiendo en contener la respiración en una especie de apnea inducida. El cronómetro indica los 79 segundos, y piensas, ingenuamente aferrada al temor de morir, que hay vida después de la muerte. Tu desesperación anula la noción del tiempo. La profundidad del agua de la piscina juega contigo, te invita a dormir y a dejar de luchar. Aunque te niegas a sucumbir, tus esfuerzos se vuelven inútiles. Poco a poco tu cuerpo es absorbido como algo ligero que no pone objeción. Por cada centímetro que desciendes, más aumenta la presión. Tu audición comienza a saturar, queda un pitido que te desquicia y se mezcla con la agonía de la comodidad de un profundo sueño. Incluso, en una fracción de segundo imaginas que todo es un error y que tú no eres la que se está quedando sin aire. Por un momento, eso te tranquiliza.
73 segundos. Aún capturas recuerdos en colores. Las imágenes son difusas, no del todo claras, te confunden con la realidad y con protagonistas que aparecen sin preámbulo. Te encuentras con lugares ajenos que se traslapan con caricaturas, personas de papel. Gradualmente comienzas a desasociar los flashbacks que se enfrentan con excesiva velocidad en un vaivén de recuerdos que reconoces y, a la vez, desconoces. No logras comprender que a las escenas les falta algo, como un rompecabezas a medio terminar con las piezas olvidadas junto a escenarios y personajes de todo tipo. Por un momento dudas si tienes sexo con Pablo, tu esposo, o con tu colega del trabajo con quien sueles escaparte. Atraviesas una paradoja mental que engaña a tus recuerdos y los autentifica como reales. Te sientes relajada, Francisca, la calma hace que disfrutes imágenes muy breves que se cuelan en tu mente. Te parece desquiciado mirarte dentro de un collage con tu propia vida fragmentada. Las imágenes son incoherentes, distorsionadas en tiempo y espacio. Te das cuenta de que ahora puedes flotar junto a secuencias coloridas que se vuelven una aventura agradable. Una aventura que no ofrece incertidumbre. Es un segundo apacible, de tranquilidad, en que te desconectas de la desesperación. En rigor, el aviso de que ya no logras salvarte. Piensas si tan solo retrocedieras dos segundos, tal vez recuperarías la cordura.
El cronómetro, 66 segundos.
Profundidad: 2 metros.
Tu memoria aún mantiene cierta lucidez, Francisca, los recuerdos parecen más frescos. Llevas casi 60 segundos sumergida en la piscina y en este nivel sientes el frío físico tal como lo conoce tu cuerpo. Es un frío que punza en tus extremidades y, sobre todo, cala directo en tu cerebro. 55 segundos. El agua se estremece por las contorsiones que comienzas a experimentar. Es una descarga eléctrica que te avisa el quiebre de la mente con tu cuerpo. Previo a esto, tu memoria captura sensaciones extremas y opuestas: por un lado, repasas lo confortable que es acariciar el pequeño rostro de los mellizos y mecerlos en tus brazos y, por el otro extremo, no logras evadir el sentimiento de implorar perdón. Pablo te mira directo a los ojos, llora como nunca lo has visto. Te pide explicaciones que no puedes responder. No logras borrar la sensación de que eres una mujer miserable por elegir escapar y abandonar el mundo cobardemente.
Este momento es tan fugaz como eterno. Controlas tus movimientos y miras tu reloj. 49 segundos. Según lo que estudiaste, Francisca, porque lo hiciste, estás en el punto de inflexión exacto, cuando la conciencia cambia a un estado de abnegación. Es el momento crucial en que puedes volver atrás, sin esfuerzo. Pero también hay que tener valentía para continuar. Eliges esto último. Bajo el agua de la piscina, el horizonte solo es una bruma de imágenes empavonadas. Ves a Pablo a tu lado, en tu cama matrimonial. Él juguetea con las sábanas, te besa el ombligo, antes de pedirte hacer el amor. Puedes oler el particular aroma que deja cuando súbitamente se levanta a corretear a los mellizos, quienes entre risas, gritan y huyen descalzos por el pasillo. Entonces él los alcanza, los abraza y los tres se van al suelo soltando efusivas carcajadas. Te consuela pensar que al menos tuviste un momento en que casi rozaste la felicidad. El cronómetro marca 38 segundos. Sientes la presión de tus pulmones. Aprietan como si estuvieses por desmayarte. Lentamente el torrente sanguíneo se bloquea y no da paso a tu corazón que bombea acelerado. Lo escuchas latir como nunca, mientras una y otra vez se repite la imagen. Ves al mayor de tus mellizos en la cama de la clínica, conectado a todo tipo de mangueras y máquinas que lo mantienen como una planta. Te recriminas tu irresponsabilidad. Sabes que no lo superarás. Te distraes atendiendo tu maldito teléfono. En una fracción de segundos, el mellizo mayor se suelta de tus manos y cae desde el balcón de tú departamento. Desde el noveno piso miras hacia abajo el desastre que pudiste evitar. El cielo se te viene encima. No volverás a pronunciar su nombre. Nadie perdona que no lo despidas en su funeral.
Profundidad: 1 metro.
Todo marcha según tu plan. Prometes no cerrar los ojos y el químico de la piscina quema tus pupilas irritándolas. Compruebas que llevas 27 segundos bajo el agua y ahora tienes que ser firme, piensas. Sabes que si sales de esta, la pasarás muy mal, Francisca. Crees llorar, pero no estás segura si son lágrimas o es producto del agua que pincha tu visión. No te importa sumergirte con ropa. No habías contemplado ese detalle. Te limitas a seguir al pie de la letra el término de todo. Tomas las pesas que hay en el patio. Ellas serán las aliadas de tu inmersión. El agua roza tu garganta. Aprietas el botón del cronómetro. Confías que un minuto y medio es suficiente. Con el agua a la altura de tu cintura, logras apreciar que todos los invitados conversan armoniosos en la terraza. Después de todo, van dos años de tu infortunio y todos siguieron con sus vidas, excepto tú y Pablo, claro está. Lo cierto es que nadie te extraña allá adentro. Cuando bajas por la escalera de la piscina, sientes un cosquilleo en la planta de tus pies que atribuyes a una señal para detenerte. Caminas sigilosamente por el borde de la piscina de la casa de tus suegros, la misma casa donde se crio Pablo. Te escabulles tal como lo premeditaste; justo cuando se canta el cumpleaños número tres de tu hijo menor, el mellizo vivo. En la recepción, el whisky te da la frialdad que requiere tu decisión. Apuras tres vasos seguidos y Pablo, en dos oportunidades, te advierte que no sigas tomado. Te dice que la terapia tiene recomendaciones explícitas de no consumir alcohol, y que lo sabes, Francisca. No crees poder librarte de la culpa y el dolor que arrastras. La terapia solo te distanció de tu hijo menor, de Pablo, de la vida, olvidaste amar, o peor, no sabes cómo querer. La depresión te carcome día a día, la desolación se adueña de tus emociones. Ahora estás cesante y duermes a saltos. Pablo se aleja de ti y gasta sus pocas energías en soltar una lágrima. No puedes volver a vivir en el departamento. Lo tienes a la venta y nadie piensa en comprarlo por lo sucedido. Pablo te arrebata a tu hijo menor y lo deja al cuidado de tus suegros.
Lo prometes, sin falta, dices, en llegar al mediodía, pero solo después de las cinco de la tarde logras salir de la cama. Ni siquiera te duchas. Tocas el timbre en casa de tus suegros y te ocultas en un rincón del comedor sin saludar. Tampoco eres capaz de saludar a tu hijo menor, el festejado. Te avergüenzas por olvidar traerle un regalo. Contra todo pronóstico, es un cumpleaños de niños nostálgico. Lúgubre. Mejor te concentras y vuelves a repasar el plan. Te convences de que hoy, sí o sí, es el día.