Postales, de Larissa Contreras
$10.000 IVA incluido
Es mi padre que me llama y me dice juntémonos, tengo algo que ofrecerte, y yo me pregunto qué podrá ofrecerme él a mí después de tantos años.Entonces el café a las siete de la tarde después de la oficina y la gente que cruza y cruza las calles, y creo reconocer a mi viejo entre todos esos hombres y mujeres aferrados a sus abrigos, preparando sus paraguas por si llueve. Cada tanto me parece verlo entrar al café. Ese es mi padre, me digo cada vez que suena la campanilla que indica que se abrió la puerta del local. La ráfaga sucede al sonido y me entumece los tobillos. No. Ese no es mi padre, a menos que se haya dejado barba. Ese no es mi padre, a menos que haya engordado veinte kilos. Ese no es mi padre, a menos que le haya crecido un pelo negro azabache hasta los hombros y se haya puesto abrigo rojo, se haya pintado los labios y se llame Bárbara. No, me rio, ésos no son mi padre, aunque podrían serlo. Claro que podrían serlo si se lo propusieran, cualquiera de ellos podría ser algo parecido a un padre porque son lo mismo: sólo fantasmas que cruzan la calle incesantemente entumecidos de frío, dejando pasar el tiempo desde que dejó a mi madre llorando y con jaqueca tendida sobre la cama hace ya casi diecisiete años.
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