Chapple entabla una conversación con diversos géneros, notablemente el terror. En el cuento que abre el volumen, “La música del paraíso”, encontramos un imaginario que recuerda a Poe. Descripciones como la siguiente refieren a esta estrategia: “se les introdujeron fierros al rojo dentro de los tímpanos para que los gritos propios quedaran muy bien guardados dentro de ellos, como cajas de música siempre abiertas al dolor personal…”. En varios relatos vemos este diálogo entre tortura y terror, que trae a la memoria, asimismo, cuentos como los acuñados por Horacio Quiroga, un referente crucial del terror.
Una madre nunca debiese enterrar a su propio hijo. Pero si hay que hacerlo, lo ideal es que al menos haya algo que meter en el hoyo. Poder darle un último besito en su frente, que podrá estar helada y blancucha, pero que es piel de tu piel. Pasarle el dedo por esos labios que te daban besos de buenas noches y te decían ‘mami’. Abrazar su cuerpo tieso y frío hasta calentarlo a puras lágrimas.
Nos vamos a embarcar aquí en un crucero literario por estos doce cuentos que componen “El hombre flaco canoso y la mujer de las cejas pintadas”, el segundo libro de María Elena Santolaya. Un viaje que nos llevará por distintos paisajes, desde Rancagua, hacia Chiloé y Entre Lagos, pasando por la Costa del Azahar y el Amazonas Brasileño, no sin antes hacer una parada por la oscuridad de la celda de una cárcel o por las calles de un cementerio frente a la tumba de un muerto al que creíamos conocer.
En los veinte cuentos del libro, Ubaldo Alfonso presenta variados personajes, habitantes de distintos espacios chilenos -urbanos, mineros y rurales- que evolucionan agonistas enfrentados a distintos conflictos que exigen actuar con determinación. Son seres que al comparecer en la interacción con otros logran su realización al resistir, resolver y afirmar resilientes. Desde el muro, el perro inmóvil observa en las fisuras la condición de la naturaleza humana
Esta coherencia interna de la que nos habla Le Guin es uno de los puntos más altos de El Silencio de Asterión. Me parece que estamos frente a una obra que sí, logra construirse sólidamente sobre sus propias reglas.
A lo largo de mi vida me he desplegado en historias contadas en verso y en prosa cuyas protagonistas han sido principalmente mujeres, y guardo especial cariño a cinco novelas en las que sus personajes principales son niños y adolescentes.
El Tesoro de la Bruma y Cántaros Azules son relatos para jóvenes de todas las edades que escribí pensando en la niña que fui, esa que leía y memorizaba poemas cuando imaginaba que el mundo era una caja de sorpresas. Ambos tuvieron solo una edición hace muchos años, y de pronto me miraron desde el tiempo y dijeron que querían salir a la calle otra vez. Hoy cumplo el sueño de verlos publicados en un mismo volumen.
En el mundo de GAIA nada es lo que parece y las decisiones siempre tienen consecuencias. Acá los personajes nos invitan a reflexionar sobre la importancia de compartir, de pensar en el otro sin buscar algo a cambio y que las comunidades avanzan solo cuando se busca el bien común. La novela funciona correctamente como una aventura graciosa y conmovedora gracias al carisma de todos sus personajes, y al mismo tiempo logra ser un tributo para los fanáticos de los videojuegos, en especial para los que viven en su piel las historias de sus personajes favoritos. Si te gustó la película “Ready player one” debes darle una oportunidad a esta saga. Publica: Trayecto Editorial (2024).
Jean, un ser atractivo y a momentos andrógino, una mezcla encantadoramente exagerada entre Jarvis Cocker y Bobby Gillespie, que en la actualidad parece ser un simple cascarón de lo que en algún momento fue, sintiéndose desconectado de la realidad y atrayendo constantemente a los lectores con el magnético misticismo que envuelve su persona; y Camilo, un huracán viviente que parece directamente sacado de una de las bandas punk de los años 90, con una personalidad violenta y antisocial, que, sin embargo, resulta ser extrañamente entrañable por su lealtad inamovible y sus valores incuestionables. Ambos, actualmente dueños de un local de culto, pero en decadencia, comenzarán a tomar las decisiones que poco a poco los llevarán a una espiral de violencia y caos, involucrando al lector en un texto que se oscurece de forma tan inevitable como el choque con el bus de dos pisos citado por The Smiths en la clásica “There is a light that never goes out”.
Formato: Libro físico
Titulo: En el Pueblo Hay una Casa Pequeña y Oscura
Editorial: La Pollera
Autor: Vladimir Rivera Órdenes
Surcos del territorio es una colección de crónicas literarias que narran la experiencia de crecer en algún pueblo o ciudad de la provincia.
Cada libro es una exploración por los intersticios de la infancia y, al mismo tiempo, una radiografía sentimental, histórica y política de los lugares respectivos, lejana a los edulcorados constructos turísticos o gubernamentales.
En este libro el autor —nacido en enero de 1973— reconstruye el pulso y los claroscuros de Parral durante la dictadura, los ochenta y los noventa cuando sucedieron las primeras investigaciones sobre los horrores de Colonia Dignidad —enclave cercano al pueblo— y, al mismo tiempo, la búsqueda judicial de cuerpos de detenidos desaparecidos en la zona: entre ellos su padre, líder territorial de la zona durante la Unidad Popular y fundador de una toma de terrenos hoy vigente como una población cercana a la línea del tren. El relato está construido desde un prisma íntimo, sentimental, emotivo, pero también crítico con el devenir político de la transición y las esperanzas truncadas de una sociedad más comunitaria.
Este poemario es un nuevo Arte de Amar que se desenvuelve en las circunstancias del mundo contemporáneo con sus encuentros y desencuentros, sus miedos y sus iras, su ternura y su rudeza. La poeta registra múltiples vicisitudes con el amado siempre en la búsqueda insaciable de un sentimiento que, por momentos, aparece prefecto y, por momentos, aparece trágico, como suele suceder, casi siempre, en la gran mayoría de los afectos humanos.
Construye en forma amorosa y certera esta palabra que permite a la vez identificar el dolor, vivirlo y en el tiempo, sanar, porque no olvida, porque hay lugar para el vacío que nos deja esa partida que pareciera irreparable.
“Esto debe ser el resto de un naufragio”, piensa Alberto, que a los cincuenta y ocho años es un runner de lunes a viernes. Su circuito tiene siete kilómetros. Se inicia al sur de Llanquihue y termina cerca de Los Pellines. Cruza el nacimiento del rio Maullín por el puente a gran velocidad y regresa trotando por la orilla del lago. Recoge basuras y restos de plástico que encuentra en la arena, lo que le permite sentirse útil para el planeta. En el agua fría y cristalina de invierno descubre un sacho semisumergido, un ancla chilota de varas de madera con una piedra como lastre. “¿Qué hace tan lejos de la isla y a orillas del lago?”, se pregunta sorprendido. Busca en el horizonte cercano los restos del bote del que se desprendió. “Anoche rugió el temporal. El lago se encrespó y sus olas lo volvieron un mar embravecido, eso debe haber originado el naufragio”, insiste.
